domingo, 31 de agosto de 2014

La sombra


                                                                                                 Foto: Lita Aguado
-!Vente conmigo! -Le dije a mi sombra- Mientras ella, sin hacerme caso, seguía insolente trepando por la pared desnuda.
Sin mi no eres nadie, - le grité a voces cuando creí verla por un instante detenida.
-No llegarás lejos. Cuando se cierna la noche y no haya luna que te guíe, buscarás adherirte a mi cuerpo. Las dos nos necesitamos.
Sin titubear y al parecer sin escucharme, aceleró más su paso ágil de gato, y yo sin temer a nada me lancé tras ella haciendo caso omiso de la altura que iba ganando en tan pocos segundos.
Una vez arriba las dos comencé a sentir el vértigo. El viento latigaba mi cara, me empujaba como un niño enfadado que no es consciente de el daño que puede llegar a hacer.
Ven, dame la mano...- le susurré despacio.-
De repente se abalanzó sobre mi con los ojos desencajados. Uno, dos, tres pasos atrás más dados por mi, hasta acabar cayendo en el más frío e inhóspito vacío.
La sombra desde lo alto asomó su rostro desdibujado. Desde lo lejos me pareció , creo, hasta verle una sonrisa.

viernes, 15 de agosto de 2014

Mirada de mi



Un tibio rayo de sol entró entre las dos cortinas. El leve atisbo de luz se reflejó en la mesita, sobre el viejo libro de Wilde que había dejado abierto y boca abajo antes de dormirme. Padecía de insomnio, los días estaban plagados de noches eternas, que me envolvían y abrazaban poseyéndome como tierno amante, sin querer desprenderse de mi, celosos de mi inconsciencia.
Una leve punzada me hizo llevar la mano a la pierna. Me pareció sentir la tibia algo fría, pero tampoco tuve la seguridad de que esto fuera cierto, aquello ya no era posible. Me incorporé y al pasar frente al espejo me detuve, preguntándome mientras observaba mi imagen reflejada, como era posible el haberme adaptado tan bien a semejante cambio sufrido en mi cuerpo.
Levanté el brazo lentamente, mis falanges ahora se posaron sobre la costillas, acercándose poco a poco a donde había estado el corazón. Urgé un poco en el vacío que llenaba mi caja torácica, como tratando de buscar aquél músculo que me había causado tan tremendo dolor, pero mi interior estaba absolutamente hueco, al igual que el resto de lo que había sido mi cuerpo. Nada.
Intenté esbozar una sonrisa acercando mi cabeza al espejo, hasta casi chocar mi frontal con el duro cristal. Mi expresión no cambió lo más mínimo, y entonces desencajé la mandíbula en una grotesca mueca en señal de agradecimiento.
A veces salgo por las calles desiertas, deambulo por los bares de barrio, entre las sombras de las botellas. Me escondo en los contenedores, grito a los gatos, despierto a los vagabundos para hacerles compañía. Duermo en un banco, despierto a medio día.
Cuelga en mi cuarto un calendario de días gastados, miro al cielo, pero ya solo a través de mis dos cuencas.

La bestia




Ruge el monstruo entre los callejones, su esperpéntico caminar y su rostro grotesco ya no extrañan ni a su cría, que con ojos de becerro mal herido, la mira maldiciendo su sangre intentando apartarse de ella. A pesar de ser mamífero, le arranco la boca de sus tetas, desbordando la tibia leche de sus pezones, para poder estar panza arriba y caliente bajo el sol. Se rascaba continuamente sin hacer nada, haciendo círculos alrededor de su ombligo saliente, mientras la caverna se desmoronaba, viniéndose abajo aquellos antiguos pilares de enormes piedras, aplastando y sepultando a su manada. Nunca tuvo olfato para oler la hierba, no levanto jamás la vista en la noche hacia el firmamento y contó las estrellas, ni en el día acaricio el agua del río con su aspera lengua. Tampoco nunca cuando llovió, fijo sus negras pupilas, una sola vez, para ver el delicioso arco iris. Ni busco su rostro reflejarse en un charco tras un dia de lluvia.
Sorda y muda, la bestia ruge y brama su desgracia, un quejido lastimoso desprende su garganta. Se la escucha por todas partes y los corazones se desgranan, se enternecen, deseando acariciarle el alma.
Tras sus pesados pasos dilapida las amapolas,
y al tímido Caracol aplasta con su cascara, formando ahora una rosacea mezcla viscosa. Lastima en lo que te has convertido... parlanchin de feria, triste mentira.

Cinco minutos





Cinco minutos...

entre tus brazos.

La tierra

desaparece bajo mis pies,

y me anclo a tu nuca

desembocando en tus labios,

bebiendo casi con urgencia

ese sorbo más de vida.

Recuperar un poco el aliento

en la posada de tu boca,

donde vivo y muero

a un mismo tiempo.

Tiempo, tiempo...

A destiempo

y en silencio te amo,

siempre te amé a destiempo.

En los bolsillos

cargados me pesan

las horas muertas sin ti.

Pero no quiero pensar en nada

en ese momento.

Así que me hundo

de nuevo en tu cabello

y mis manos se abren

enredándose,

tratando de acariciar

hasta tu sombra,

impregnándose de tu olor,

y toda yo me vuelvo tú

y todo tú te vuelves yo.

Cinco minutos...

entre tus brazos,

y el tiempo devorando

ferozmente

a dentelladas,

robándonos

apresurado

trágicamente,

nuestros escasos
cinco minutos

Un minuto



Un minuto entre tus labios...

cálido cobijo

sabor a mar,

aliento que como el rocio

acaricia y humedece

con su tierna frescura.

Escuchar la música

de tu sonrisa de miel

mientras el corazón

acompasado

se estremece en su delirio.

Eternizar ese instante...

el susurro de un te quiero

que temeroso se esconde,

que callo y a la vez digo

que en silencio incluso grito

Tu olor me trae contigo

recuerdos de otros besos,

besos de adolescente,

esos besos tuyos...

que nunca olvido.

Manos de tinta




Manos de tinta de pluma

derramada pintando los dedos,
restos de letras que gritan
que ya no quieren ser
ni formar las palabras.
Agua helada de fuente
lava mi carne
hasta enmudecer
los despojos de vida irreal
de luz que me engaña y ciega.
Dame verdad, aún soledad,
y silencio en la copa del ayuno,
pero no más letras de cristal
de las que cuando se rompen
aunque las tragues no se clavan.

El sol




El sol estalló en mil pedazos.

Su gran estruendo rompió mis tímpanos,
taponándolos de roja sangre.
Dos surcos brillaban,
como pendientes de finas perlas.
La oscuridad cosida a mi cuerpo
con hilo de negra seda
y una escarcha repentina e insaciable.
Todos se han ido,
solo permanezco viva yo,
detenida, en este negro mundo
que ahora me acoge, abrazándome
como madre posesiva.
Solo yo,
como espectro impasible
vagando en un mundo sin sentido
de horas detenidas,
de relojes que a su antojo
juegan con el tiempo.
Mientras... me acuna
y me llena de besos sin labios
la calavera carcomida.

Nunca





Nunca había estado muerta. Mil manos estiran, y arrancan mis entrañas, el grito de la multitud me emborracha haciéndome perder la consciencia. No me extraña, tal vez yo misma mutilé los brazos de sus cuerpos y ahora reclaman justicia. Estad en paz, que mis ojos ya no quieren mirar ningún amanecer, que mis labios no desean besar y ya no camino. He dejado la espada con los músculos aún tensos y el cuerpo herido. Ya huyo hasta de la tormenta que antes me daba fuerza y hasta temo al rayo que me daba vida.

Estoy vencida, y reposo mi cuerpo entre las hojas doradas y ocres que dejó el otoño, y no siento la rosada que hiela mi piel, me siento tan cansada.
Vendrán cuervos y lobos, a llevarse lo poco que queda de mi, clavaran sus picos y dientes en mi carne putrefacta sin que ello me importe.
El silencio absoluto, mientras la luna salpica mi rostro, la tierra va alimentándose de mi,
me dejo llevar, e inclino la cabeza para sentir su olor húmedo, el único que me recuerda el verdadero origen y lo que soy.

Otra vez




Otra vez
se va la luz de mis ojos,
irremediablemente
tornándose todo noche,
luna de papel,
que se quebranta
con el suave viento
de estrella fugaz,
sueño volátil,
apresurándose
a llegar a su fin

Aquí permanezco



Aquí permanezco
deshojando los días
la luna quizás
ilumina hoy tu cabello
la misma
que da reflejos
a las lágrimas
esa luna
que con su poderoso influjo
regala lunáticos sueños
de tristezas
esculpidas en el viento
de estrellas fugaces
que se precipitan
sucumbiendo en el vacío.

Cerraré las manos



Cerraré las manos
para no caer en los abrazos
dejaré mi traje de luna
y seré real como la lluvia.
Los recuerdos
se harán de piedra
alzándose como muros
entre nosotros.
Una noche más, amor,
aunque seamos sombras
y ni si quiera nos reconozcamos

La madre



La madre le asestó la certera
y cruel puñalada a la mujer.
Se dibujó la terrible
mueca en su rostro,
al sentir el frío acero
penetrar en sus entrañas.
Los ojos desencajados,
llenos de incomprensión
como queriendo entender…
La mujer ni siquiera gritó,
permanecía muda
entreabriendo los labios,
como queriendo decir algo.
¡Cuánto dolor! Y ni siquiera
le dolía la profunda herida.
La madre acarició su rostro
con ternura, con amor,
bebió las lágrimas de la mujer
y apoyó las manos sobre sus hombros
con una leve caricia.
Las finas piernas
comenzaron a temblarle,
la mujer fue perdiendo fuerza
y se desplomó bajo sus pies preguntándose
- ¿Por qué?...
Al final, curiosamente,
la madre venció la batalla

Era yo


                                                                     (Foto Lita Aguado)
Creo que una vez escuché contar algo parecido. Aunque nunca me pude llegar a imaginar, que llegaría a vivirlo en primera persona.

No recuerdo de donde venía yo aquél fatídico día, solo recuerdo que había caminado durante varias horas. La lluvia me había sorprendido no se donde, y mi cuerpo seguía como si nada, paseando sin prisa a la intemperie, expuesto a ese agua liberadora, haciéndome llegar empapada al portal de mi casa.
-Otro día más, pensé yo, mientras abría la puerta.
Me pareció ver como una pequeña luz se reflejaba en el pasillo. Si, es posible que me hubiera dejado una luz encendida. Mis pasos eran confiados, tranquilos, nunca he sido miedosa. En mi habitación una mujer se vestía de espaldas a mi. Su cabello era largo y rizado, y al mirarse al espejo y verla reflejada, sentí un fuerte escalofrío que me hizo estremecer. Era yo misma. Era mi ropa, mi cuerpo y mis mismos gestos. Era mi cara de sorpresa cuando escuchó mi grito ahogado y me vio. No se el tiempo que transcurrió, si horas o segundos, pues el reloj parecía estático, regocijándose con aquella situación tan extraña.
Comenzó entre gritos a pedirme que me marchara, a preguntarme como había entrado, sin tampoco darme tiempo a responder ni a alegar nada en mi defensa. Mi garganta no emitía voz alguna pese a que lo intentara. Me agarró con fuerza llevándome a trompicones hacia la puerta, y al apretarme noté aún más, como mi ropa mojada se adhería más a mi cuerpo. Sentía frío, frío y miedo. Pero me fui dejando llevar, solo esperando despertar pronto de tan horrible pesadilla. Bajaba los escalones de la escalera de dos en dos, me temblaban las piernas, y escuché como tras de mi se cerraba la puerta, también el sonido que hace la cerradura cuando le das varias vueltas.
En la calle todo estaba oscuro y en silencio. La luz de la luna se reflejaba en un charco. Seguía lloviendo aunque ahora más despacio. Me separé unos metros de la finca que se alzaba fantasmagórica, levantando la cabeza, con la mirada enfermiza. Vi su rostro tras los cristales, y aunque se advertían las gotas a él pegadas, pude distinguir también dibujadas sus lágrimas.
Sabía que era yo, me reconocía...Desde ese instante supe, comprendí, que jamás podría volver a mi casa.

Recuerdos de arena




Buscabas mis ojos tratando de ver el fondo en ellos.
Miré hacia otro lado para que no me pudieras ver. No fue fácil.
No podías sumergirte en mis pupilas como tú de verdad querías, y te quedaste solo en la superficie flotando impotente en mis retinas.
No quise hablar.
Recuerdo la arena, esa arena oscura y gruesa que invade todo, que se mete entre las uñas y te hace chirriar los dientes, entrando en los ojos secándolos, tratando de no dejarte ver.
No había luna ni estrellas, no podía ver el mar.
Absurdo saltar las olas.
Olía a gente, a tumulto embriagado, a estatuas frías de cemento, a plástico quemado.
Mi silencio era tan fuerte, que por un momento se dejó de oír aquella música estridente. Respiré hondo dando gracias a esa paz ofrecida aunque fuera solo por un instante.
Mágicamente nos fuimos separando de nuestros cuerpos, y desde arriba vi el mío sentado en la arena , solitario y perdido, ausente de ti, sintiéndose culpable de no poder reflejar ningún color.
Perdida.
Siempre lo supe.
Seguía sola.
Tenías razón aunque en aquél momento no te la dí. Andaba yo tan lejos de ti, de aquel lugar. Como una cometa quería volar y distanciarme, escapar de allí.
Te fue imposible ilusionarme, imposible brindar con nuestras copas de plástico.
Imposible
por mucho tiempo más permanecer en tu playa, donde desde que marqué mi primera huella, sabía que nunca debería quedarme.
.

De cárceles modernas de cristal



                                                                                            (Foto Lita aguado)
Era una mañana de domingo, con un sol abrasador impropio de noviembre. Nos sorprendió de oscuro y manga larga, agotadora espera. Metros de colas llenos de gente, gritos de niños que se escapan, que se impacientan. Parejas de la mano que ni se miran ni se escuchan. Mujeres con carros y niños a cuestas, con la mirada cargada de desgana y cansancio. Padres con cervezas, miradas lascivas, y por qué no algún eructo. En el trasiego lento de la espera, observo y me empapo de mi alrededor. Entro en las conversaciones ajenas, y mi alma se va metiendo en cada cuerpo, viviendo un pequeño trozo de cada vida. Dos horas dan para mucho, créanme. Dos horas hasta que llego a la puerta de entrada. No sé porque me empeñé en ir, teniendo la certidumbre de lo que me iba a encontrar. Si yo ya se que esas cosas artificiales no me van. Puede que fuera un poco por ti, porque me dijiste que no fuera sin ti, que me querías llevar y que te esperara. Mi alma rebelde y autónoma me llevó, yo apenas tuve nada que ver. Mapa en mano voy siguiendo el principio del recorrido, a sabiendas de que mi mala orientación me jugará una mala pasada y decidirá el resto. Cargo una mochila a la espalda,entre otras cosas, papel y bolígrafo, albergando la posibilidad de encontrar algún bonito rincón en que poder escribir y ausentarme un poco. Las sendas son muy estrechas, dando tumbos con el de detrás y pisando los talones al de delante. Los paisajes de diseño van quedando a los lados, montañas de cartón piedra asoman tras los cristales, y voy distinguiendo las diversas especies, que marmotean aburridas en un decorado que no se creen. Ahora han suprimido las rejas por jaulas con cristales de luxe, para limpiar las consciencias. Me sigue empapando una profunda tristeza , que me va dejando el mismo sabor amargo que cuando visitaba Viveros. La gente camina a tropel, se acumulan en cada ventana, y los espacios en general siguen siendo reducidos. No hay ningún rincón, un banco donde conectar un poco, donde darte un respiro y poder sentir algo más. Un gorila se arrima a la pared, descansando la cabeza en su mano, bajo la pequeña y única sombra que hay. Enfrente todos nosotros, el verdadero zoo de canallas, riéndose de sus movimientos primitivos. La visita tampoco mejora cuando mi estómago empieza a dar señales de vida, tras una larga cola ,los 12 eurazos por la comida basura. Vuelvo a buscar un rincón, no es hora de comer, por ello encuentro un pequeño espacio en la mesa más alejada. Me camuflo para que no se me vea, para no ver.

Y entonces es cuando me doy cuenta, sonrío ligeramente y me alegro de que no estés aquí a mi lado en estos momentos.
Me termino la comida con prisa, deseando salir pronto de ese tugurio que no tiene que ver nada conmigo. Mientras camino hacía la salida, un transeunte enfoca el objetivo de su cámara hacia un lugar. Entonces me acuerdo que no he sacado la mía, que junto al papel y el bolígrafo, perecen en el fondo de mi mochila.

Vicent y Virginia



A medida que avanzas
Vicent te va pintando el paisaje,
ese paisaje empinado de hierba anaranjado
que se va derrumbando bajo tus pies desnudos
haciéndote caer después desde lo más alto.
Los girasoles forman torbellinos
se alzan volando a tu alrededor
emulando soles
que te deslumbran impidiéndote ver.




Te intento dar la mano de nuevo
tiro hacia mi con todas mis fuerzas,
pero mientras Virginia
te va llenando juguetona
los bolsillos de piedras
como queriendo burlarse de mi.


Y tus ojos cristalinos me miran
con esa mirada perdida
que los antipsicóticos les da,
pero curiosamente
conscientes de casi todo.
Construyes castillos de arena que caen a plomo.
Tu brújula ya no señala hacia ningún lugar.
Te he acompañado tantas veces...
arriba...
revolcándonos entre las nubes
abajo...
hundidas en el tarquín.

Vi con tus ojos
tus alucinaciones
y paseé y dialogué
con los que no están cuerdos
confundiéndome con ellos.
Maldita enfermedad
que se te lleva
que sin previo aviso
te engulle como un monstruo
gobernándote la cabeza.



Encuentro



Voy andando con paso lento, tropezando casi entre la gente. Todos caminamos en diferentes direcciones, sin saber muy bien hacia donde vamos.
Es un nuevo día, y en lo alto luce un sol otoñal que aún me calienta. Mis piernas cada vez van más despacio, recreándose un poco, retardando la llegada al trabajo, pues aún llego con tiempo. De eso se trata, de quedarse con esos pequeños instantes, de perderse consigo mismo esos minutos, de exprimir esos limitados espacios que tenemos al día. Camino conmigo, imbuida en mis pensamientos, observando también a mi alrededor, cualquier cosa por diminuta que sea.
Le veo venir a lo lejos. Su cabeza es grande, a diferencia de su cuerpo. Lleva el pelo alborotado, un pelo rubio ceniza que se asemeja al estropajo. Y entonces mi cabeza evoca recuerdos, me lleva de un mazazo atravesando el tiempo, me lleva a nuestra infancia, cuando solo contábamos con unos 12 años.
Todos estábamos sentados en nuestros pupitres, huele a estuches, a colores, a goma de borrar de nata. Parece que aún le esté viendo, como si de una fotografía se tratase.
Normalmente le sentaban al lado de la mesa del profesor, aquella mesa que entonces nos parecía enorme infundiéndonos temor. Un marco con una imagen de Franco presidía la sala. Le tenían cerca, como una fierecilla amarrada a la que querían tener controlada.
Julio llevaba unas gafas enormes, de esas que el cristal tan gordo agrandaba los ojos haciéndolos parecer enormes y acuosos . Julio hablaba cuando quería, soltaba risotadas, y de vez en cuando se quedaba perdido no se sabe donde, con la boca entreabierta, dejando un pequeño hilillo de baba recorriendo su barbilla. Sus mocasines marrones estaban gastados por los lados, de su forma de andar incorrecta. Horas de recreo muertas a solas. Escaleras vacías.
Recuerdo los golpes, cuantas veces el profesor tomó su cabeza como un saco, y lo estampó contra la esquina de su mesa. También recuerdo las burlas, desatadas normalmente por esos profesores que tenían que dar ejemplo. Cada golpe en tu frente me dolía, y las risas se clavaban también en mi pecho de niña.
Ahora reparo en que lo he visto por aquí varias veces durante algunos años. Solo que ahora lo he mirado de frente y lo he reconocido, aunque el no me vea. Julio va uniendo carros eficientemente. Los agrupa y luego vuelve con la carretilla inflada de cajas . Arriba, abajo, arriba, abajo. Debe entrar en el almacén de madrugada, pues cuando yo llego el se marcha finalizando su jornada. Hoy al mirarte veo al mismo niño. Debo entrar al trabajo. Quizás mañana te pare, quizás me dejes hablar un poco contigo. Tras esos cristales veo los mismos ojos, a aquél niño atrapado en ese cuerpo de hombre, puede que hoy un poco más deforme. Les has dado una patada. Se equivocaron contigo como con tantos otros.
Hoy te veo salir con aire triunfante, has sido tenaz y constante, has sobrevivido a toda la chusma que somos, sin sucumbir a la marginación, la degradación y las burlas. Hoy aquél niño escondido puede que sonría, irónico de ese destino al que le
predispusieron, a fuerza de martillo.

En el fondo


                                           (Foto Lita Aguado)

En el fondo siempre lo supe...
que tenías razón
que al igual que tú
yo también llevaba tres cruces
tres estigmas grabados
iguales a los de tu piel.
Las agujas del reloj han caído,
se han hundido en la nieve,
como se hunden las balas de plomo en el agua
, como se hunden los sueños
como se hunden tus palabras.

Amor...¿Lo sientes?


Hace tanto frío.

Vente conmigo


                                                            
                                                             (Foto Lita Aguado)
-!Vente conmigo! -Le dije a mi sombra- Mientras ella, sin hacerme caso, seguía insolente trepando por la pared desnuda.
Sin mi no eres nadie, - le grité a voces cuando creí verla por un instante detenida.
-No llegarás lejos. Cuando se cierna la noche y no haya luna que te guíe, buscarás adherirte a mi cuerpo. Las dos nos necesitamos.
Sin titubear y al parecer sin escucharme, aceleró más su paso ágil de gato, y yo sin temer a nada me lancé tras ella haciendo caso omiso de la altura que iba ganando en tan pocos segundos.
Una vez arriba las dos comencé a sentir el vértigo. El viento latigaba mi cara, me empujaba como un niño enfadado que no es consciente de el daño que puede llegar a hacer.
Ven, dame la mano...- le susurré despacio.-
De repente se abalanzó sobre mi con los ojos desencajados. Uno, dos, tres pasos atrás más dados por mi, hasta acabar cayendo en el más frío e inhóspito vacío.
La sombra desde lo alto asomó su rostro desdibujado. Desde lo lejos me pareció , creo, hasta verle una sonrisa.

Busco




Busco tu sombrero de paja
colgado de la rama de un árbol.
La azada escondida
entre las tiernas hojas
de los naranjos.
Busco tus pies besando la tierra,
tu cálida voz salpicando la acequia
bordeando la cañada.
Despierto de un sueño
en el que ansiosa te abrazo
te abrazo... te abrazo tan fuerte.
Pero tu ausencia impera
y el silencio irrumpe
como una negra tormenta,
y aún se me clava aquel pitido agudo
que me anunciaba tu muerte,
y aún intento borrar el recuerdo
del grotesco tubo
atravesando impasible tu pecho.
Busco tus manos para enterrar mi cabeza,
el cuerpo que no encuentro
consumido por las llamas,
quemado
como la broza seca del margen
como la leña
que con gran destreza
tú cortabas.

Escondió la noche



Escondió la noche en un cajón bajo llave. 
Mientras, temeroso vigilaba de vez en cuando la puerta, no fuera alguien a darse cuenta de que la oscuridad había desaparecido, de que solo quedaba el claro chirriante de las estrellas.
El poder del miedo.
Fue lo que le hizo dejar de pensar y prender como un loco fuego al horizonte.
Era como la sangre, todo ardía como una gran y hedionda herida, extendiéndose con ese color carmín tan intenso.
Se fue perdiendo, dejándose morir poco a poco, abandonándose lentamente.
Ya lo había hecho otras veces.
No podía ser tan difícil condenar su alma.
Y al fin y al cabo, era tan poco lo que valía su vida.

Apenas me dí cuenta


                                                                     
                                                                       (Foto Lita Aguado)

Apenas me dí cuenta la vi salir como a un ladrón corriendo, calzando mis zapatos gastados.
Cuando estuvo sola sacó de su bolsillo mi pluma, y trató de exprimir sin éxito mis palabras, entremezclando con la tinta mis sueños y los suyos.
Tras mis ojos contempló las luces y las sombras, y con mis manos pretendió acariciar todo lo que yo amaba.
Anduvo por el camino que yo había recorrido, encajando sus pies en cada una de mis huellas. Se recostó en la falda del chopo, y preguntó por mi a las piedras del río.
Yo mientras dormía, contra mi voluntad la soñaba.
Cuando él la encontró de nuevo la abrazó con todas sus fuerzas, confundiendola conmigo.
Cuando se alejaban, ella sonreía moviendo acompasada la cabeza. A un mismo tiempo se difuminaron sus cuerpos entre la bruma, mientras ella giraba apenas su rostro, tarareando dulcemente mi canción.

No quise




No quise papel encontrarme contigo. He huido de tu blancura infinita, como huye mi cabeza de la cordura, temerosa de que me cuentes lo que ya se. Quizás acabes arrugado en el rincón de uno de mis tantos cajones vacíos, o en algún bolsillo destinado al olvido, o en la mesa llena de sobres, con aquellas cartas jamás abiertas. El susurro templado de las teclas me absorbe, y por fin suena la música que tanto conozco, la que me lleva dentro de mi, y destapa, pero a la vez tierna, cicatriza las heridas. He borrado las sombras de mi casa, hasta la de los párpados tiernos de espesas pestañas que reposaban en mi almohada. Esa, más que ninguna. Amaneceres que ciegan, y todos los anocheceres vividos y por vivir. Todo. Mi morada, cementerio plagado de ataúdes. No hurgo ya en la llaga sonrosada, que como flor se abre mostrando su hendidura. No busco como antaño, lo que me envilece y embrutece como persona.

Son mis primeras y últimas palabras a ti...
De ti...
Hacia ningún lugar...
A través de esta carta sin destinatario.


Silencio de nieve


























Silencio de nieve...

aún oigo tu voz,
susurro templado
de abrazo sin manos
de besos sin labios.
Silencio de nieve...
aun percibo tu olor
brotar de entre las piedras,
de sueños sin dueños
de gritos huecos
de mi sin ti.


Siete días



Siete días ...
que al cerrar los ojos
ya no sueño,
que el corazón anestesiado
duerme en colchón de hielo,
voy de abrazo en abrazo
voy de beso en beso
me escondo
y me sumerjo
Siete días...
tapando el sol
con un dedo,
desmontando el puzzle
de mil piezas de miel,
manchándome las manos,
llevándolas a los labios
para sentir por última vez
su sabor azucarado
resbalar,
recorriendo mi piel.

Siete días...
como siete puñales
en los que el vino
empapa la nostalgia,
en los que brindo con la luna
desvariando,
evocando tu recuerdo,
que como faro milenario
aletea con su luz
deslumbrando
y quemando todas tus huellas
-Corre, llena tu copa
y brinda conmigo
por el olvido...
por lo que nunca llego a ser.

Siete días...
como siete años,
vagando...
sin cuerpo, sin alma
sin ti...