domingo, 14 de septiembre de 2014

Julia



Llovía mucho aquella tarde, a pesar del gran paraguas que la cubría, su ropa estaba totalmente empapada. Hacía una de esas tardes otoñales en las que el viento a veces soplaba frío, sorprendiendo a todos. Aunque ella no había reparado en el tiempo, ni en sus mejillas heladas, ni en las personas que allí se encontraban. Iba caminando lentamente, hacia por momentos no sabía ni donde. Cuando se encontró con el gentío que antes que ella había llegado, miró sus rostros sin verlos, y por un momento se sintió desfallecer. Comenzaron a decirle frases que a ella le parecieron indescifrables, tal vez alguien tomara su mano. Respiró hondo, aturdida. ¿Aquello era real?, se preguntaba, ¿Podía ser verdad que aquello le estuviera ocurriendo a ella? ¿acaso nadie la veía? Y de nuevo entre sus preguntas apareció esa angustia, ese deseo de morir, de abandono. Las piernas le temblaron, fallándole, doblegando sus rodillas sin que ella opusiera resistencia. Las medias y la falda estaban mojadas, sintió en los pies el agua. La gente murmuraba, todo le daba vueltas, los rostros, palabras, lágrimas. Nadie reparó en aquellos ojos, aquellos ojos que no miraban hacia ningún lado, aquellas pupilas clavadas en la nada. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Se preguntaba. Ya ni sentía el corazón, una aguda punzada en el pecho le producía aquel ahogo. Se imaginó una vez mirando las cosas que el miraba, acariciando lo que el tocara, cualquier insignificante objeto que el poseyera o hubiera poseído. En aquél momento la lluvia ya había cesado.
Las gotas resbalaban por su frente, y vio como poco a poco el coche fúnebre iba desapareciendo hasta quedar sola. Fue entonces cuando se pudo acercar. Fue caminando lentamente, con miedo. Sus pies se posaron sobre algún charco, y su mirada se alzó hacia donde aquél cuerpo yacía. Ya no podía llorar, sus ojos estaban secos. Cerró los ojos apretándolos en un gesto de dolor
...

Apenas pudo maniobrar para aparcar su vehículo. Con movimientos torpes, excitada, intrigada. Mientras, él la observa desde fuera, apartando de vez en cuando la mirada, temiendo y a al mismo tiempo deseando encontrarse la de ella. Ha llegado el momento, ella espera que él no sea él, que sólo sea una sombra, que no se reconozcan. Empiezan a caminar por vez primera juntos. Puede ser que ya lo hubieran hecho antes, que simplemente continúen caminando. No saben hacia donde van, pero tampoco les importa. Se miran de soslayo, al principio ella piensa que es otro hombre, pero poco a poco va transformándose y deja de ser una sombra. Él le pide que no le mire de esa manera, entonces ella baja sus párpados, mirando hacia el suelo. ¿Adonde ir?¿Dónde ese lugar para escucharse en silencio? Se paran, se sientan en un café de alguna pequeña plaza. No hay nadie alrededor, sólo están ellos, y no mueren con el silencio, a ellos no les mata. Ella lee los tres folios que él le ha escrito, apenas puede interpretar lo que significa. Comienza pausadamente las frases, repitiéndolas una y otra vez de nuevo. Las hojas tiemblan por culpa de sus manos, y sigue sin entrar en ellas. Él está ahí, él no es una sombra.Y se miran, se huyen, se miran. De nuevo el paseo hacia ningún lugar - Si pudiera morir allí en ese momento. ¿Qué más da? Saben que cuando se separen se llevaran todo el uno del otro, que no les quedará nada. Pero cuando se dan la mano el mundo desaparece, y al besarse en los labios se van robando, ese poquito de vida que les queda.
...

Algo la saca de sus recuerdos. Un gato le roza el tobillo, restregando su pelo mojado. Ella le mira sin verlo. Ni siquiera la lluvia que ahora la sacude con más fuerza, logra sacarla de sus pensamientos. El aire le trae un ligero olor a ciprés, las pequeñas callejuelas han quedado desiertas, comienza ya a oscurecer. Todo le parece turbio, el frío mármol, las flores de plástico que se arrastran por el suelo como huyendo de las lápidas. Lápidas anónimas, como su amor anónimo. Suena en sus oídos una canción
...
Quiero que me beses
y a media voz decirte que te amo
y háblame bajito
que nadie se entere lo que nos contamos
quiero que me beses
que nadie se entere lo que nos amamos. ...

¿En que tiempo se encuentra? ¿Es ayer, hoy, mañana? Se pregunta si fue verdad, si su poderosa imaginación no añadió u oculto algo. Apuntala los recuerdos, no se desquebrajen, no mueran también con su partida. Comienza a caminar, el viento se ha vuelto a llevar la lluvia, también ha secado sus lágrimas, y las ha suplido un terrible dolor en el fondo del alma.
...

El tiempo nuevamente se detuvo, el aroma penetró en su piel, nuevamente ese aroma tan deseado. Trataba de imaginar...puede que en una terraza, una pluma dejada sobre la mesa, unos folios con sus bocetos. Tal vez un vaso tallado de cristal con Bourbon. Y por un momento lo soñó sobre su silla, imbuido, escribiéndole una de sus cartas. También lo imaginó en el frío teléfono, y le pareció escuchar su voz suave, Julia... Julia... bajita, como en un susurro como cuando él le hablaba. Tantas cosas soñadas en las eternas y frías noches.
...
La lluvia ha cesado. Julia da vueltas y vueltas por el mismo lugar. Camine lo que camine, se encuentra siempre en la misma calle. Está atrapada en ese tiempo, donde no es posible retroceder ni avanzar. Sabe que no, que ahora no es un sueño. Los sentidos, los olores, forman parte de la realidad. Intuye quien se encuentra en ese nicho, sabe que la negra losa, aunque se niegue a mirar, lleva grabado su nombre.