No quise papel encontrarme contigo. He huido de tu blancura infinita, como huye mi cabeza de la cordura, temerosa de que me cuentes lo que ya se. Quizás acabes arrugado en el rincón de uno de mis tantos cajones vacíos, o en algún bolsillo destinado al olvido, o en la mesa llena de sobres, con aquellas cartas jamás abiertas. El susurro templado de las teclas me absorbe, y por fin suena la música que tanto conozco, la que me lleva dentro de mi, y destapa, pero a la vez tierna, cicatriza las heridas. He borrado las sombras de mi casa, hasta la de los párpados tiernos de espesas pestañas que reposaban en mi almohada. Esa, más que ninguna. Amaneceres que ciegan, y todos los anocheceres vividos y por vivir. Todo. Mi morada, cementerio plagado de ataúdes. No hurgo ya en la llaga sonrosada, que como flor se abre mostrando su hendidura. No busco como antaño, lo que me envilece y embrutece como persona.
Son mis primeras y últimas palabras a ti...
De ti...
Hacia ningún lugar...
A través de esta carta sin destinatario.
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