viernes, 15 de agosto de 2014

Era yo


                                                                     (Foto Lita Aguado)
Creo que una vez escuché contar algo parecido. Aunque nunca me pude llegar a imaginar, que llegaría a vivirlo en primera persona.

No recuerdo de donde venía yo aquél fatídico día, solo recuerdo que había caminado durante varias horas. La lluvia me había sorprendido no se donde, y mi cuerpo seguía como si nada, paseando sin prisa a la intemperie, expuesto a ese agua liberadora, haciéndome llegar empapada al portal de mi casa.
-Otro día más, pensé yo, mientras abría la puerta.
Me pareció ver como una pequeña luz se reflejaba en el pasillo. Si, es posible que me hubiera dejado una luz encendida. Mis pasos eran confiados, tranquilos, nunca he sido miedosa. En mi habitación una mujer se vestía de espaldas a mi. Su cabello era largo y rizado, y al mirarse al espejo y verla reflejada, sentí un fuerte escalofrío que me hizo estremecer. Era yo misma. Era mi ropa, mi cuerpo y mis mismos gestos. Era mi cara de sorpresa cuando escuchó mi grito ahogado y me vio. No se el tiempo que transcurrió, si horas o segundos, pues el reloj parecía estático, regocijándose con aquella situación tan extraña.
Comenzó entre gritos a pedirme que me marchara, a preguntarme como había entrado, sin tampoco darme tiempo a responder ni a alegar nada en mi defensa. Mi garganta no emitía voz alguna pese a que lo intentara. Me agarró con fuerza llevándome a trompicones hacia la puerta, y al apretarme noté aún más, como mi ropa mojada se adhería más a mi cuerpo. Sentía frío, frío y miedo. Pero me fui dejando llevar, solo esperando despertar pronto de tan horrible pesadilla. Bajaba los escalones de la escalera de dos en dos, me temblaban las piernas, y escuché como tras de mi se cerraba la puerta, también el sonido que hace la cerradura cuando le das varias vueltas.
En la calle todo estaba oscuro y en silencio. La luz de la luna se reflejaba en un charco. Seguía lloviendo aunque ahora más despacio. Me separé unos metros de la finca que se alzaba fantasmagórica, levantando la cabeza, con la mirada enfermiza. Vi su rostro tras los cristales, y aunque se advertían las gotas a él pegadas, pude distinguir también dibujadas sus lágrimas.
Sabía que era yo, me reconocía...Desde ese instante supe, comprendí, que jamás podría volver a mi casa.

2 comentarios:

  1. Bonito relato,
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    Donde mezclas lo real con lo irreal dentro de tu ser..., sin ser.
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    El cuerpo nos acompaña
    el alma hace escapadas
    tú, las relatas
    a mí, me encantan.
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    Un beso aunque no lo sientas.

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  2. Gracias Eloy, muchísimas gracias por tus palabras.Me gusta que se escape el alma.
    Un beso para ti también

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