viernes, 15 de agosto de 2014

De cárceles modernas de cristal



                                                                                            (Foto Lita aguado)
Era una mañana de domingo, con un sol abrasador impropio de noviembre. Nos sorprendió de oscuro y manga larga, agotadora espera. Metros de colas llenos de gente, gritos de niños que se escapan, que se impacientan. Parejas de la mano que ni se miran ni se escuchan. Mujeres con carros y niños a cuestas, con la mirada cargada de desgana y cansancio. Padres con cervezas, miradas lascivas, y por qué no algún eructo. En el trasiego lento de la espera, observo y me empapo de mi alrededor. Entro en las conversaciones ajenas, y mi alma se va metiendo en cada cuerpo, viviendo un pequeño trozo de cada vida. Dos horas dan para mucho, créanme. Dos horas hasta que llego a la puerta de entrada. No sé porque me empeñé en ir, teniendo la certidumbre de lo que me iba a encontrar. Si yo ya se que esas cosas artificiales no me van. Puede que fuera un poco por ti, porque me dijiste que no fuera sin ti, que me querías llevar y que te esperara. Mi alma rebelde y autónoma me llevó, yo apenas tuve nada que ver. Mapa en mano voy siguiendo el principio del recorrido, a sabiendas de que mi mala orientación me jugará una mala pasada y decidirá el resto. Cargo una mochila a la espalda,entre otras cosas, papel y bolígrafo, albergando la posibilidad de encontrar algún bonito rincón en que poder escribir y ausentarme un poco. Las sendas son muy estrechas, dando tumbos con el de detrás y pisando los talones al de delante. Los paisajes de diseño van quedando a los lados, montañas de cartón piedra asoman tras los cristales, y voy distinguiendo las diversas especies, que marmotean aburridas en un decorado que no se creen. Ahora han suprimido las rejas por jaulas con cristales de luxe, para limpiar las consciencias. Me sigue empapando una profunda tristeza , que me va dejando el mismo sabor amargo que cuando visitaba Viveros. La gente camina a tropel, se acumulan en cada ventana, y los espacios en general siguen siendo reducidos. No hay ningún rincón, un banco donde conectar un poco, donde darte un respiro y poder sentir algo más. Un gorila se arrima a la pared, descansando la cabeza en su mano, bajo la pequeña y única sombra que hay. Enfrente todos nosotros, el verdadero zoo de canallas, riéndose de sus movimientos primitivos. La visita tampoco mejora cuando mi estómago empieza a dar señales de vida, tras una larga cola ,los 12 eurazos por la comida basura. Vuelvo a buscar un rincón, no es hora de comer, por ello encuentro un pequeño espacio en la mesa más alejada. Me camuflo para que no se me vea, para no ver.

Y entonces es cuando me doy cuenta, sonrío ligeramente y me alegro de que no estés aquí a mi lado en estos momentos.
Me termino la comida con prisa, deseando salir pronto de ese tugurio que no tiene que ver nada conmigo. Mientras camino hacía la salida, un transeunte enfoca el objetivo de su cámara hacia un lugar. Entonces me acuerdo que no he sacado la mía, que junto al papel y el bolígrafo, perecen en el fondo de mi mochila.

1 comentario:

  1. Hola Lita,
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    Los peligrosos son los animales racionales que se mezclan con las personas normales.
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    Una flor.

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