viernes, 15 de agosto de 2014

Encuentro



Voy andando con paso lento, tropezando casi entre la gente. Todos caminamos en diferentes direcciones, sin saber muy bien hacia donde vamos.
Es un nuevo día, y en lo alto luce un sol otoñal que aún me calienta. Mis piernas cada vez van más despacio, recreándose un poco, retardando la llegada al trabajo, pues aún llego con tiempo. De eso se trata, de quedarse con esos pequeños instantes, de perderse consigo mismo esos minutos, de exprimir esos limitados espacios que tenemos al día. Camino conmigo, imbuida en mis pensamientos, observando también a mi alrededor, cualquier cosa por diminuta que sea.
Le veo venir a lo lejos. Su cabeza es grande, a diferencia de su cuerpo. Lleva el pelo alborotado, un pelo rubio ceniza que se asemeja al estropajo. Y entonces mi cabeza evoca recuerdos, me lleva de un mazazo atravesando el tiempo, me lleva a nuestra infancia, cuando solo contábamos con unos 12 años.
Todos estábamos sentados en nuestros pupitres, huele a estuches, a colores, a goma de borrar de nata. Parece que aún le esté viendo, como si de una fotografía se tratase.
Normalmente le sentaban al lado de la mesa del profesor, aquella mesa que entonces nos parecía enorme infundiéndonos temor. Un marco con una imagen de Franco presidía la sala. Le tenían cerca, como una fierecilla amarrada a la que querían tener controlada.
Julio llevaba unas gafas enormes, de esas que el cristal tan gordo agrandaba los ojos haciéndolos parecer enormes y acuosos . Julio hablaba cuando quería, soltaba risotadas, y de vez en cuando se quedaba perdido no se sabe donde, con la boca entreabierta, dejando un pequeño hilillo de baba recorriendo su barbilla. Sus mocasines marrones estaban gastados por los lados, de su forma de andar incorrecta. Horas de recreo muertas a solas. Escaleras vacías.
Recuerdo los golpes, cuantas veces el profesor tomó su cabeza como un saco, y lo estampó contra la esquina de su mesa. También recuerdo las burlas, desatadas normalmente por esos profesores que tenían que dar ejemplo. Cada golpe en tu frente me dolía, y las risas se clavaban también en mi pecho de niña.
Ahora reparo en que lo he visto por aquí varias veces durante algunos años. Solo que ahora lo he mirado de frente y lo he reconocido, aunque el no me vea. Julio va uniendo carros eficientemente. Los agrupa y luego vuelve con la carretilla inflada de cajas . Arriba, abajo, arriba, abajo. Debe entrar en el almacén de madrugada, pues cuando yo llego el se marcha finalizando su jornada. Hoy al mirarte veo al mismo niño. Debo entrar al trabajo. Quizás mañana te pare, quizás me dejes hablar un poco contigo. Tras esos cristales veo los mismos ojos, a aquél niño atrapado en ese cuerpo de hombre, puede que hoy un poco más deforme. Les has dado una patada. Se equivocaron contigo como con tantos otros.
Hoy te veo salir con aire triunfante, has sido tenaz y constante, has sobrevivido a toda la chusma que somos, sin sucumbir a la marginación, la degradación y las burlas. Hoy aquél niño escondido puede que sonría, irónico de ese destino al que le
predispusieron, a fuerza de martillo.

1 comentario:

  1. Fabuloso Lita, una buena descripción de un niño marginado y una sociedad cruel y grotesca.
    Besetes

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