martes, 18 de octubre de 2016

Cables

Había arrancado de cuajo el cuadro eléctrico, los coloridos cables se entremezclaban ya sin ningún sentido. Los interruptores pendían de las paredes como hojas marchitas, y algunos cristales rotos de las lámparas y bombillas, hechos añicos en el suelo, tintineaban al chocar entre sí, mecidos por el suave viento que entraba por la ventana. 
Sólo le quedaba la luz del sol , la que le mostraba la realidad tal cómo era, tal vez ahora hueca y sin forma, pero sin falsas sombras que luego desaparecieran. Le hacía ver que no había nadie junto a ella, alumbrando con plenitud todos los rincones, engullendo con su halo blanco a esa gente que no estaba, que pronunciaba frases inconexas y lejanas. Ahora aquellos monstruos ya no se desplazaban entre la corriente a la velocidad de la luz, entrando por todas partes, invadiendo su espacio, robándole sus escasos minutos de vida. Le pareció ver como un pequeño destello en la pantalla, como una última llamada póstuma gritada en la agonía. Todo había quedado en silencio, ya sólo se escuchaba el sonido que hacían las ramas de los árboles, aquel perro ladrar… Miro sus manos, y vio las señales, en ellas había enrollado el manojo de hilos de cobre, estirándolos, mientras apretaba fuertemente  los dientes para aguantar el terrible dolor, hasta que decidieran romperse. Recuperar lo único verdadero.
 La luz del sol… 
La luz del sol solamente

jueves, 15 de octubre de 2015

Me preguntaste


Me preguntaste si olías mal...
Y no se por qué no te lo dije...
Olías a manzanilla, a sol y a luna, a hierba recién cortada, a lluvia...
Abriste los ojos y en ese momento nos abrazamos rompiendo las dos a llorar, apretando fuerte los brazos, como dos niñas huérfanas desvalidas.
Me pareció que transcurría una eternidad, me pareció vomitar toda la ansiedad y la angustia retenida.
Otra vez...me repetía mientras la abrazaba...
Otra vez los mismos rostros con diferentes nombres, el claustrofóbico pasillo que no conduce a ningún sitio, puertas que encierran mil mundos desordenados e intransitables. 
Otra vez montaña arriba con los pies desnudos, la mirada perdida, otra vez el miedo de que será de ti cuando llegues a la cima.
Y me preguntabas a que olías...
Y no se por qué no te lo dije.





Escribo...



No recuerdo ya desde cuando escribo. La primera imagen que me viene al pensarlo, es un comedor muy pequeño en una casa muy humilde en el centro de Valencia. Yo creo que tendría unos 8 años, y estaba leyendo un cuento relatado por mi, mientras todos mantenían silencio alrededor de la mesa, mordiéndose los labios para no morirse de la risa con mis desatinos, guardando un respeto desacostumbrado en esa época para una niña. 
Imitaba a mi padre, así que colocaba los dos cojines en la silla para poder llegar a la mesa, y le robaba su Olivetti y su pasión por la escritura. 
Desde entonces siempre necesité hacerlo. Se convirtió en una necesidad como el comer, beber, respirar. 
Escribo cuando tengo miedo, cuando quiero protestar. Escribo cuando tengo hambre, cuando amo. Cuando algo me indigna. Escribo para vivir, para conocerme, para extraer el dolor. Escribo para morir, para sentir, para evadirme, para soñar. Para huir del mundo.
Yo soy solo lo que puedo mostrarte. El porcentaje más alto de lo que soy, está entre mis cuadernos. Ni soy solo todo lo que ves, ni tampoco toda la que escribe. 
Podré escribir mejor o peor, pero creo que lo más importante, lo que al final de cuentas para mi más vale, es que soy totalmente auténtica cuando lo hago, y eso el que me conoce de verdad ya lo sabe. Detesto cuando leo a alguien y no lo reconozco en su escritura.
Una vez alguien perseguía mis papeles arrugados cuando yo no estaba. Borradores entre tachones que yo desechaba y los iba recopilando sin ni siquiera yo darme cuenta. Buscaba hasta en las libretas nuevas vacías, entre todas sus páginas, sabiendo que no suelo escribir lo que no doy ya por válido en las primeras páginas. 
Cuando lo descubrí y me enseñó todo guardado en una pequeña caja, me dijo en un susurro algo que no olvidaré.
- Te buscaba a ti. 
Me hizo tomar consciencia de en que lugares habitaba también mi alma.


Apuntaste sonriente una y otra vez tu dardo envenenado. Con la seguridad y el orgullo de la que siempre ha vencido, aquella a la que siempre han colmado después de su actuación con clamorosos aplausos. Mientras disparabas, tu ego dibujaba un halo que resplandecía a tu alrededor, tras cada muerte tu triunfo, y un esplendor artificioso,que por cierto, ya casi nadie se cree. Desconfíe de ti en tu primera palabra, de tu primer gesto. Tu vanidad te cegó tanto, que no viste bajo el vestido mi piel de guerrera. 
Abro las alas, y enérgicamente alzo el vuelo. 
Y sorprendentemente, el suave viento que mezco, hace que te caiga la mascara.

jueves, 23 de octubre de 2014

Elodia y Marco

ELODIA

Elodia va de un lado del pasillo a otro nerviosa. De vez en cuando mira el móvil impaciente, y los cinco minutos de demora le parecen una eternidad. Al pasar de nuevo por la puerta del estudio se para, y ve como Marta se despide de alguien por Skipe. Su hija apenas la mira cuando se cruzan, pero ella ni siquiera repara en ello. Toda su atención se centra en cerrar las ventanas del ordenador rápidamente, teme hacer tarde y que él ya no esté.
Cuando entra en la página después de poner su Nick y contraseña retiene un poco la respiración, hasta que por fin ve el pequeño círculo en verde indicándole que Marco esta conectado. Se conocen apenas hace un año, y le parece imposible que en tan poco tiempo haya sentido todas esas sensaciones. Se ha enamorado, se ha enamorado de un hombre del que solo ha visto dos fotos y ni siquiera escuchado su voz. Pero ha sido tan fácil. Ese hombre la ha comprendido más que nadie, ese hombre la ha velado en sus  largas noches de soledad , acunándola y protegiéndola. Cuando comienza  a escribirle los dedos le tiemblan al golpear las teclas, es tanta la emoción que siente.
Lo que más valora cree es poder ser ella, expresarle todos sus sueños, miedos, sensaciones, y no temer nada. Es ella más que con nadie, por eso se siente orgullosa de su interior, y se valora por una vez en su vida. En esos momentos todo desaparece, las facturas, los problemas con su niña consentida y malcriada, su tedio, su rutina infinita.
Elodia le ha confesado de que lo sueña junto a ella, paseando bordeando la playa, esa misma playa que le cuenta ve desde su ventana y que tanto ama. De tenderse en la arena y dejar dormidas sus miradas sobre el mar. También le ha hablado de sus salidas a la montaña, de los alcornoques que descansan sus brazos rozando casi el suelo, de su amor por la tierra.
Solo sabe encender y apagar el ordenador, no le hace falta más, solo sabe puntear el icono que le lleva al grupo donde lo conoció y de ahí hasta él, abrir esa ventana que la lleva al mundo que no tiene, que le permite hablar.
Su hija la registró en la página, y poco después le insertó también la imagen de perfil. Un cabello rojo fuego algo atolondrado  le cubre un poco la cara. Unos ojos almendrados que cuando te miran te parece poder ver su alma. Más tarde aprendió a subir fotos, copiar y pegar imágenes no era tan complicado.  Una profesora de ciencias inteligente y joven, espontanea. No fue casualidad que desde que subió la foto las visitas se incrementaran, los comentarios se amontonaban y tenía que dedicar varias horas en contestar a todos. Pero poco a poco su atención fue depositándose en Marco, y por suerte fue mutuo el sentimiento que ambos albergaban.
Pero ese martes no iba a ser un martes cualquiera. Marco le había dicho que soñaba con  conocerla, ver sus gestos mientras hablaba. Poder observar sus tiernas manos , disfrutar caminando  un día junto a ella. Escuchar su voz, su voz...
Sin pensar en nada y con el corazón queriendo salirse del pecho, le respondió que se lo pensaría, que también era ese su mayor deseo.
Elodia sin apagar el ordenador apoya los codos en la mesa,  sus mejillas descansan sobre  sus manos maltratadas. Clika en la imagen de perfil de él, y aunque borrosa por las lágrimas, se recrea en la foto de ese hombre atractivo que la mira sin verla. Su cabello es agradecido y negro, y un hoyuelo en la mejilla adorna su tez. Es joven, jodidamente joven.
A sus 64 años nadie la había amado de verdad. Nunca había tenido una amiga que le durara más de unos meses. No tenía apenas nada ni a nadie. Una vez también ella fue joven, aunque nunca bella.
Elodia se levanta con el corazón pesándole como una enorme piedra. Se peina el cabello cano hacia atrás sujetándolo con una hebilla. Toma su bolso y sale corriendo bajando a trompicones las escaleras.
Cuando sale del pequeño portal no está la playa que tanto describe a Marco, solo pequeños edificios oscuros y viejos rodean su planta baja. Poco le cuesta atravesar el diminuto pueblo y tomar la senda preciosa que la conduce hasta el valle. Pero ella no la ve asi, no mira las frondosas copas de las encinas, no mira hacia el cielo  , porque  nunca lo hizo. No detiene su mirada en el rio que le va acompañando junto al camino. Detesta el campo, detesta lo rural, la playa, siempre fue rata de ciudad.
Elodia se siente desesperada, la persona que ha creado no existe, y sin ella es imposible ese éxito que ha sentido por una vez. Ella es la mentira más vil, ella ha descrito quien le gustaría ser y no quien es. Camina sin saber adonde va, su bolso de plástico resalta chirriante en aquél hermoso paisaje.

MARCO

Marco se siente extrañado. Las últimas palabras de Elodia le han dejado una mala sensación. No, no debía encontrarse bien. No podía ser otra cosa.
Piensa en las cosas que le ha dicho. Le ha confesado que le encantaría conocerla, pero no le ha dicho que es un deseo que jamás piensa cumplir. Que él sabe no puede cumplir. Algo le aprisiona un poco el tobillo, algo que se le agarra y le pesa reclamando su atención. Recuerda que hace unas horas no ha vaciado la bolsa de la sonda. Son tantos y cada vez más los descuidos a su edad.
Se levanta tembloroso ayudado del respaldo de la silla de madera. Abre el pitorro del tubo al llegar al baño y siente un descanso cuando termina.
La ciudad es terrible para él, la gente anda alienada y con  prisas. Solo empezó a ver algo de luz después de hacer ese curso de informática en la escuela de adultos. Y después apareció ella.
¿Cómo había osado decirle a Elodia que le gustaría verla? ¿Y si ahora ella quería verlo y le presentaba un ultimatum si esto no era posible? ¿Y si ella ya no le escribía más? El era un viejo de 65 años, al que no le gustaba el mar ni la montaña, una rata de ciudad. Le había mostrado una foto de su hijo. Cuanto se rieron su hijo y él cuando la subieron al perfil. Ahora ya no se reía, se había enamorado, se había enamorado de una mujer joven con la que no tenía nada que hacer.
Marco se dirigió a la mesa lentamente. Tomó los poemas póstumos de su hermano, y los agrupo sin mucho orden. Esos poemas son los que le hicieron llamar la atención de Elodia, puede que incluso los que la enamoraron. Siempre había querido ser él, siempre envidió en silencio su liderazgo. Ahora ya no sabía que iba a hacer, puede que lo único que le mantuviera con vida se hubiera terminado.





ELODIA Y MARCO

Elodia y Marco caminan cada uno por su lado  sin saber hacia donde ir. Su miedos a mostrarse como son, de aceptarse, les ha hecho tal vez no encontrarse. No han comprendido en ningún momento  y tal vez nunca comprendan que son únicos. Inconscientemente han sido privados de su voluntad queriendo ser lo que otros quieren que sean. Han perdido su esencia, lo más valioso en el ser humano.
Elodia y Marco se sienten morir, al sentirse incapaces de poderse convertir, aunque solo sea por una sola vez,  en aquella anhelada mentira. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Hay veces






Hay veces que se pierden las fuerzas.

Que los nervios se desquebrajan sin darte apenas cuenta y te traicionan, dejándote vulnerable como una copa de cristal lanzada al vacío desde el precipicio más alto.



Hay veces que el corazón golpea a fuerza de martillo contra el pecho, y las palabras se amontonan y estallan como un cóctel, minando cualquier resquicio de paz.

Veces que en unos días, el mundo se encoje tanto, que te aprisiona tapándote todos los poros sin dejarte respirar. Los planetas se alinean. Y el ahogo te nubla la vista y te venda los ojos.

Hoy te temo mar blanco de papel, hoy tiemblo al escribir sobre ti,  tecleando temblorosa las letras.  Porque tú eres verdad, porque tú me certificarás, lo que antes yo te te habré contado.

Desmontarás a la mujer de acero, me arrancarás la piel sin piedad y me abandonarás cuando me descubras, pues tal vez yo ya no quiera escucharte.

Hay veces que la penumbra suavemente va cubriendo tu entorno, como un amante fiel se va acercando insinuante y con sigilo, y con premura sin compasión, se apodera de ti.



viernes, 17 de octubre de 2014