jueves, 23 de octubre de 2014

Elodia y Marco

ELODIA

Elodia va de un lado del pasillo a otro nerviosa. De vez en cuando mira el móvil impaciente, y los cinco minutos de demora le parecen una eternidad. Al pasar de nuevo por la puerta del estudio se para, y ve como Marta se despide de alguien por Skipe. Su hija apenas la mira cuando se cruzan, pero ella ni siquiera repara en ello. Toda su atención se centra en cerrar las ventanas del ordenador rápidamente, teme hacer tarde y que él ya no esté.
Cuando entra en la página después de poner su Nick y contraseña retiene un poco la respiración, hasta que por fin ve el pequeño círculo en verde indicándole que Marco esta conectado. Se conocen apenas hace un año, y le parece imposible que en tan poco tiempo haya sentido todas esas sensaciones. Se ha enamorado, se ha enamorado de un hombre del que solo ha visto dos fotos y ni siquiera escuchado su voz. Pero ha sido tan fácil. Ese hombre la ha comprendido más que nadie, ese hombre la ha velado en sus  largas noches de soledad , acunándola y protegiéndola. Cuando comienza  a escribirle los dedos le tiemblan al golpear las teclas, es tanta la emoción que siente.
Lo que más valora cree es poder ser ella, expresarle todos sus sueños, miedos, sensaciones, y no temer nada. Es ella más que con nadie, por eso se siente orgullosa de su interior, y se valora por una vez en su vida. En esos momentos todo desaparece, las facturas, los problemas con su niña consentida y malcriada, su tedio, su rutina infinita.
Elodia le ha confesado de que lo sueña junto a ella, paseando bordeando la playa, esa misma playa que le cuenta ve desde su ventana y que tanto ama. De tenderse en la arena y dejar dormidas sus miradas sobre el mar. También le ha hablado de sus salidas a la montaña, de los alcornoques que descansan sus brazos rozando casi el suelo, de su amor por la tierra.
Solo sabe encender y apagar el ordenador, no le hace falta más, solo sabe puntear el icono que le lleva al grupo donde lo conoció y de ahí hasta él, abrir esa ventana que la lleva al mundo que no tiene, que le permite hablar.
Su hija la registró en la página, y poco después le insertó también la imagen de perfil. Un cabello rojo fuego algo atolondrado  le cubre un poco la cara. Unos ojos almendrados que cuando te miran te parece poder ver su alma. Más tarde aprendió a subir fotos, copiar y pegar imágenes no era tan complicado.  Una profesora de ciencias inteligente y joven, espontanea. No fue casualidad que desde que subió la foto las visitas se incrementaran, los comentarios se amontonaban y tenía que dedicar varias horas en contestar a todos. Pero poco a poco su atención fue depositándose en Marco, y por suerte fue mutuo el sentimiento que ambos albergaban.
Pero ese martes no iba a ser un martes cualquiera. Marco le había dicho que soñaba con  conocerla, ver sus gestos mientras hablaba. Poder observar sus tiernas manos , disfrutar caminando  un día junto a ella. Escuchar su voz, su voz...
Sin pensar en nada y con el corazón queriendo salirse del pecho, le respondió que se lo pensaría, que también era ese su mayor deseo.
Elodia sin apagar el ordenador apoya los codos en la mesa,  sus mejillas descansan sobre  sus manos maltratadas. Clika en la imagen de perfil de él, y aunque borrosa por las lágrimas, se recrea en la foto de ese hombre atractivo que la mira sin verla. Su cabello es agradecido y negro, y un hoyuelo en la mejilla adorna su tez. Es joven, jodidamente joven.
A sus 64 años nadie la había amado de verdad. Nunca había tenido una amiga que le durara más de unos meses. No tenía apenas nada ni a nadie. Una vez también ella fue joven, aunque nunca bella.
Elodia se levanta con el corazón pesándole como una enorme piedra. Se peina el cabello cano hacia atrás sujetándolo con una hebilla. Toma su bolso y sale corriendo bajando a trompicones las escaleras.
Cuando sale del pequeño portal no está la playa que tanto describe a Marco, solo pequeños edificios oscuros y viejos rodean su planta baja. Poco le cuesta atravesar el diminuto pueblo y tomar la senda preciosa que la conduce hasta el valle. Pero ella no la ve asi, no mira las frondosas copas de las encinas, no mira hacia el cielo  , porque  nunca lo hizo. No detiene su mirada en el rio que le va acompañando junto al camino. Detesta el campo, detesta lo rural, la playa, siempre fue rata de ciudad.
Elodia se siente desesperada, la persona que ha creado no existe, y sin ella es imposible ese éxito que ha sentido por una vez. Ella es la mentira más vil, ella ha descrito quien le gustaría ser y no quien es. Camina sin saber adonde va, su bolso de plástico resalta chirriante en aquél hermoso paisaje.

MARCO

Marco se siente extrañado. Las últimas palabras de Elodia le han dejado una mala sensación. No, no debía encontrarse bien. No podía ser otra cosa.
Piensa en las cosas que le ha dicho. Le ha confesado que le encantaría conocerla, pero no le ha dicho que es un deseo que jamás piensa cumplir. Que él sabe no puede cumplir. Algo le aprisiona un poco el tobillo, algo que se le agarra y le pesa reclamando su atención. Recuerda que hace unas horas no ha vaciado la bolsa de la sonda. Son tantos y cada vez más los descuidos a su edad.
Se levanta tembloroso ayudado del respaldo de la silla de madera. Abre el pitorro del tubo al llegar al baño y siente un descanso cuando termina.
La ciudad es terrible para él, la gente anda alienada y con  prisas. Solo empezó a ver algo de luz después de hacer ese curso de informática en la escuela de adultos. Y después apareció ella.
¿Cómo había osado decirle a Elodia que le gustaría verla? ¿Y si ahora ella quería verlo y le presentaba un ultimatum si esto no era posible? ¿Y si ella ya no le escribía más? El era un viejo de 65 años, al que no le gustaba el mar ni la montaña, una rata de ciudad. Le había mostrado una foto de su hijo. Cuanto se rieron su hijo y él cuando la subieron al perfil. Ahora ya no se reía, se había enamorado, se había enamorado de una mujer joven con la que no tenía nada que hacer.
Marco se dirigió a la mesa lentamente. Tomó los poemas póstumos de su hermano, y los agrupo sin mucho orden. Esos poemas son los que le hicieron llamar la atención de Elodia, puede que incluso los que la enamoraron. Siempre había querido ser él, siempre envidió en silencio su liderazgo. Ahora ya no sabía que iba a hacer, puede que lo único que le mantuviera con vida se hubiera terminado.





ELODIA Y MARCO

Elodia y Marco caminan cada uno por su lado  sin saber hacia donde ir. Su miedos a mostrarse como son, de aceptarse, les ha hecho tal vez no encontrarse. No han comprendido en ningún momento  y tal vez nunca comprendan que son únicos. Inconscientemente han sido privados de su voluntad queriendo ser lo que otros quieren que sean. Han perdido su esencia, lo más valioso en el ser humano.
Elodia y Marco se sienten morir, al sentirse incapaces de poderse convertir, aunque solo sea por una sola vez,  en aquella anhelada mentira. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Hay veces






Hay veces que se pierden las fuerzas.

Que los nervios se desquebrajan sin darte apenas cuenta y te traicionan, dejándote vulnerable como una copa de cristal lanzada al vacío desde el precipicio más alto.



Hay veces que el corazón golpea a fuerza de martillo contra el pecho, y las palabras se amontonan y estallan como un cóctel, minando cualquier resquicio de paz.

Veces que en unos días, el mundo se encoje tanto, que te aprisiona tapándote todos los poros sin dejarte respirar. Los planetas se alinean. Y el ahogo te nubla la vista y te venda los ojos.

Hoy te temo mar blanco de papel, hoy tiemblo al escribir sobre ti,  tecleando temblorosa las letras.  Porque tú eres verdad, porque tú me certificarás, lo que antes yo te te habré contado.

Desmontarás a la mujer de acero, me arrancarás la piel sin piedad y me abandonarás cuando me descubras, pues tal vez yo ya no quiera escucharte.

Hay veces que la penumbra suavemente va cubriendo tu entorno, como un amante fiel se va acercando insinuante y con sigilo, y con premura sin compasión, se apodera de ti.



viernes, 17 de octubre de 2014

sábado, 11 de octubre de 2014

RECUERDOS DE LLUVIA

 Con los pasos pesados de elefante y la mirada de hormiga. La sangre envenenada. Un día, no recuerdo ya cuando, me olvidé de ti. Besos y caricias sin desvelos, solo pan. Mañanas de invierno sin abrigo, cartera sin lapiceros ni libros. Todas están a la salida, con los rostros sonrientes plagados de preguntas, los paraguas de colores abiertos de par en par al igual que los brazos , porque es septiembre y llueve... mas tú no estás. Volver saltando los sucios charcos, tarareando mi canción, distrayéndome con un gato que huye de la patada de un niño, con las semillas que algunos árboles han perdido. Sonreír... sin ser consciente de la madre sin cuna, sin añorar lo que nunca se ha tenido, sustituyéndote y reeemplazando.

El cabello largo que jamás has desenredado, una cola orgullosa bailando en lo alto. Mis ojos de niña empezaron a dejar de buscarte en el espejo, a no contar contigo. El cuarto que comparto es alegre, pocas cosas de mi, poco espacio. Estiro las sábanas en la litera de puntillas, aupándome, para que no quede ningún pliegue. Dias de suelo y calle, de rodillas y codos adornados con heridas, carreras de caracoles. Mi corazón filtró cualquier rencor, ya no queda ni el más leve ápice de resentimiento dentro. Apuntalo los recuerdos, parte de mi son y no renuncio a ellos.

Un día, no recuerdo ya cuando, me olvidé de ti. Con mis mismos ojos verdosos, pero dormidos, me miraste pensativa. Hoy yo te perdono...y eso que hoy ya tengo la certeza, de que fue más tu personalidad que tu locura... lo que no te dejó amarme bien.



domingo, 21 de septiembre de 2014

Me prometí



Me prometí

no acordarme más de ti,
engañarme,
como solo yo
tan bien se hacerlo,
arrancarme tu olor de la piel
romper tu mirada
fácilmente
como rompí tus notas
y nunca
nunca jamás escribirte.
Mis manos reposan
en la copa de vino
que poco a poco se me lleva,
entre el humo del tabaco,
y unos dedos invisibles
que intolerables
van pulsando las teclas
contándote
lo que no escribo.

Eterea





El sol ha secado las horas, los últimos minutos.

He tendido el alma, para que la sacuda el viento.

He besado las nubes, antes de que se desvanecieran.

Grité al cielo, y bebí la copa de arena.

Mastico pedazos de roca, mientras persigo los silencios

en los que siempre te encuentras.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Julia



Llovía mucho aquella tarde, a pesar del gran paraguas que la cubría, su ropa estaba totalmente empapada. Hacía una de esas tardes otoñales en las que el viento a veces soplaba frío, sorprendiendo a todos. Aunque ella no había reparado en el tiempo, ni en sus mejillas heladas, ni en las personas que allí se encontraban. Iba caminando lentamente, hacia por momentos no sabía ni donde. Cuando se encontró con el gentío que antes que ella había llegado, miró sus rostros sin verlos, y por un momento se sintió desfallecer. Comenzaron a decirle frases que a ella le parecieron indescifrables, tal vez alguien tomara su mano. Respiró hondo, aturdida. ¿Aquello era real?, se preguntaba, ¿Podía ser verdad que aquello le estuviera ocurriendo a ella? ¿acaso nadie la veía? Y de nuevo entre sus preguntas apareció esa angustia, ese deseo de morir, de abandono. Las piernas le temblaron, fallándole, doblegando sus rodillas sin que ella opusiera resistencia. Las medias y la falda estaban mojadas, sintió en los pies el agua. La gente murmuraba, todo le daba vueltas, los rostros, palabras, lágrimas. Nadie reparó en aquellos ojos, aquellos ojos que no miraban hacia ningún lado, aquellas pupilas clavadas en la nada. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Se preguntaba. Ya ni sentía el corazón, una aguda punzada en el pecho le producía aquel ahogo. Se imaginó una vez mirando las cosas que el miraba, acariciando lo que el tocara, cualquier insignificante objeto que el poseyera o hubiera poseído. En aquél momento la lluvia ya había cesado.
Las gotas resbalaban por su frente, y vio como poco a poco el coche fúnebre iba desapareciendo hasta quedar sola. Fue entonces cuando se pudo acercar. Fue caminando lentamente, con miedo. Sus pies se posaron sobre algún charco, y su mirada se alzó hacia donde aquél cuerpo yacía. Ya no podía llorar, sus ojos estaban secos. Cerró los ojos apretándolos en un gesto de dolor
...

Apenas pudo maniobrar para aparcar su vehículo. Con movimientos torpes, excitada, intrigada. Mientras, él la observa desde fuera, apartando de vez en cuando la mirada, temiendo y a al mismo tiempo deseando encontrarse la de ella. Ha llegado el momento, ella espera que él no sea él, que sólo sea una sombra, que no se reconozcan. Empiezan a caminar por vez primera juntos. Puede ser que ya lo hubieran hecho antes, que simplemente continúen caminando. No saben hacia donde van, pero tampoco les importa. Se miran de soslayo, al principio ella piensa que es otro hombre, pero poco a poco va transformándose y deja de ser una sombra. Él le pide que no le mire de esa manera, entonces ella baja sus párpados, mirando hacia el suelo. ¿Adonde ir?¿Dónde ese lugar para escucharse en silencio? Se paran, se sientan en un café de alguna pequeña plaza. No hay nadie alrededor, sólo están ellos, y no mueren con el silencio, a ellos no les mata. Ella lee los tres folios que él le ha escrito, apenas puede interpretar lo que significa. Comienza pausadamente las frases, repitiéndolas una y otra vez de nuevo. Las hojas tiemblan por culpa de sus manos, y sigue sin entrar en ellas. Él está ahí, él no es una sombra.Y se miran, se huyen, se miran. De nuevo el paseo hacia ningún lugar - Si pudiera morir allí en ese momento. ¿Qué más da? Saben que cuando se separen se llevaran todo el uno del otro, que no les quedará nada. Pero cuando se dan la mano el mundo desaparece, y al besarse en los labios se van robando, ese poquito de vida que les queda.
...

Algo la saca de sus recuerdos. Un gato le roza el tobillo, restregando su pelo mojado. Ella le mira sin verlo. Ni siquiera la lluvia que ahora la sacude con más fuerza, logra sacarla de sus pensamientos. El aire le trae un ligero olor a ciprés, las pequeñas callejuelas han quedado desiertas, comienza ya a oscurecer. Todo le parece turbio, el frío mármol, las flores de plástico que se arrastran por el suelo como huyendo de las lápidas. Lápidas anónimas, como su amor anónimo. Suena en sus oídos una canción
...
Quiero que me beses
y a media voz decirte que te amo
y háblame bajito
que nadie se entere lo que nos contamos
quiero que me beses
que nadie se entere lo que nos amamos. ...

¿En que tiempo se encuentra? ¿Es ayer, hoy, mañana? Se pregunta si fue verdad, si su poderosa imaginación no añadió u oculto algo. Apuntala los recuerdos, no se desquebrajen, no mueran también con su partida. Comienza a caminar, el viento se ha vuelto a llevar la lluvia, también ha secado sus lágrimas, y las ha suplido un terrible dolor en el fondo del alma.
...

El tiempo nuevamente se detuvo, el aroma penetró en su piel, nuevamente ese aroma tan deseado. Trataba de imaginar...puede que en una terraza, una pluma dejada sobre la mesa, unos folios con sus bocetos. Tal vez un vaso tallado de cristal con Bourbon. Y por un momento lo soñó sobre su silla, imbuido, escribiéndole una de sus cartas. También lo imaginó en el frío teléfono, y le pareció escuchar su voz suave, Julia... Julia... bajita, como en un susurro como cuando él le hablaba. Tantas cosas soñadas en las eternas y frías noches.
...
La lluvia ha cesado. Julia da vueltas y vueltas por el mismo lugar. Camine lo que camine, se encuentra siempre en la misma calle. Está atrapada en ese tiempo, donde no es posible retroceder ni avanzar. Sabe que no, que ahora no es un sueño. Los sentidos, los olores, forman parte de la realidad. Intuye quien se encuentra en ese nicho, sabe que la negra losa, aunque se niegue a mirar, lleva grabado su nombre.

viernes, 12 de septiembre de 2014

La visita




Aparqué el coche y las ruedas al frenar derraparon un poco en la gravilla. Todo el terreno estaba cercado, así que me acerqué a la única puerta de entrada, cuyos barrotes negros brillantes dejaban ver, un pequeño jardín, en el que unas losas de rodeno te llevaban a una segunda puerta. Pulsé el timbre, y una voz aparentemente amistosa desde el interfono, una vez me identifiqué, hizo mediante un botón que se abriera la puerta. Me detuve observando aquél jardín. Era espacioso, lo cual me sorprendía y a la vez me gratificaba. Habían margaritas, pensamientos, y las buganvillas acariciaban los muros de las paredes, agarrándose fuerte a la piedra, como queriendo besar el cielo. No era tan mal sitio como yo había pensado. Normal, era tanto lo que se pagaba. Al pasear la vista queriéndome quedar con todos los detalles, vi de lejos una mujer de unos...no se, quizás unos casi noventa años. Tenía una piernas famélicas pero se le veían muy fuertes. Caminaba a paso rápido, como queriendo tal vez ejercitar todos sus músculos. Me senté en un banco próximo, y entonces pensé que era una lástima que mi madre se hubiera dejado de esa manera. Se negaba a moverse. Una vez cayó cientos de escalones abajo en la boca del metro, se partió el brazo en tres trozos, y pese a la advertencia del traumatólogo, prefirió perderlo en tal de no ejercitarlo. Todo el día se pasaba en el sofa tumbada, y solo se movía para comprar o hacer la comida. Nada más. Y allí estaba aquella mujer, resistiéndose a entumecerse, dale que te pego dándole la vuelta una y otra vez al edificio como si tal cosa. En una de sus vueltas si que me vio. La vi dirigirse hacia donde y

o estaba toda resuelta. Vestía sueter de lana y una falda, toda su ropa era negra. De repente acercó tanto su cara a la mía, que me obligó a echarla un poquito hacia atrás, pues nos quedamos a escasos centímetros casi pegadas. Sus gafas de pasta negra eran grandes, y llevaba un solo cristal en ellas. El ojo izquierdo agrandado por el efecto lupa, y el otro más pequeño, lloroso pero despierto, al que cubría una gran catarata.
- ¿Lleva aquí mucho tiempo? -me preguntó con impaciencia
- No, solo llevo aquí como un cuarto de hora - respondí sonriéndole - -Ah, vale. Es que estoy esperando, que va a venir ahora mi madre a recogerme. Que yo ya estoy preparada.
Se alejó sin más. Con mucha prisa. - ¿Su madre?- me pregunté a mi misma. Me quedé un rato más ahí sentada, sin apenas salir de mi estupor. Pasó por mi lado varías veces continuando sus vueltas, y en otra de ellas se volvió a dirigir a mi con otra pregunta.
- ¿A visto usted llegar un coche? ¿Cuánto tiempo lleva aquí?
- Un rato, pero no he visto llegar a nadie- - Es que tiene que venir mi madre a por mi. Que raro...- mientras giraba su arrugada cara de izquierda a derecha.
Se volvió a ir a toda prisa. Entonces comprendí en ese momento porque no paraba de andar. Estaba inquieta, ilusionada de que por fin viniera su madre a por ella. Algo me punzaba el alma, como cristalitos a pedazos que rascaban. Me decidí a entrar. La recepcionista me advirtió de que cerrara bien la puerta. Me hablaba sin apenas conocerme, de que "ella", la mujer con la que yo había estado hablando, intentaba en cada momento salir. Un ambiente viciado me llegó a la nariz. Un tutti frutti de comida, muerte y olor a pis. Todos estaban rodeando las mesas, con las miradas extraviadas. En una de ellas distinguí a mi madre, le sonreí mientras me acercaba. Antes de responderme al saludo me presentó a todos los que estaban sentados con ella. Luego cenaré, me dijo, y me llevó a un salón todo acristalado, en el que deduje que por el día, entraría el sol calentando todos esos cuerpecillos menudos de tan escasa vida. Un viejo, o un anciano, o un hombre de la tercera edad, ¿Qué más da la sinécdoque? nos interrumpe educadamente. Se sienta mi lado y me habla de sus dibujos. Muestro interés, pero no solo lo muestro, también lo siento. El abuelo se siente halagado, me explica que allí le dan material para poder seguir pintando. Un atisbo de esperanza asoma en mis ojos, crece, quiere agarrarse tenazmente, como la buganvilla de fuera a la pared. Mientras se marcha lentamente a por alguno de ellos para mostrármelos, mi madre lo ensalza hablándome de sus pequeñas obras de arte. Ya vuelve, arrastra una pierna y con una carpeta decolorada entre las manos, de nuevo se sienta a mi lado. Me las enseña con mucho detenimiento, una a una, explicándome cada detalle. Me las va entregando cariñosamente, ilusionado. Son láminas de preescolar, dibujos pintados en negro que él colorea con lapiceros. Me insiste en que me fije bien, que mire como no se sale. De vez en cuando alguien se acerca, cada uno con una excusa diferente. Envidian "la visita" algo que los saque de su pobreza, de su rutina, o les de una pequeña muestra de amor.
- Elvira, -llama mi madre-acércate que te presente a mi hija, mira que guapa que es.
La tal Elvira se levanta y viene. Ella si que debió de ser guapa. Sus ojos azules rasgados me miran escrutadores. Los lleva pintados al igual que los labios. EL carmín rojo sobresale de ellos, y sus arrugas también se colorean de la pintura corrida. Lleva el pelo peinado hacia atrás, con ganchos dorados a los lados. Me besa en la cara y se la ve muy jovial. Sabe lo que se tiene que decir, y me pregunta lo que es lógico y coherente preguntar. Sonríe. Primero me habla de sus tres hijos, después me dice que dos, y finaliza comentándome que a sus 32 años, y aún no ha podido tener. Poco a poco intento que se vayan todos, solo tengo dos horas, dos horas y quiero dedicárselas a mi madre. Aunque dos horas no son suficientes para nada. En seguida de cenar quiere dormir. La quiero acompañar a su cuarto, desnudarla, ponerle el camisón, el pañal y acostarla. Largo se hace el camino hasta su cuarto, con sus pasos lentos y torpes. La medicación no la ayuda. En la mesita hay un marco con la foto de mi padre, a la que antes de dormirse siempre besa. EN la cama de al lado otra mujer tumbada. Tiene el cabello blanco totalmente. No se que es lo que tiene. Solo que nunca habla, babea y duerme. Intento apartar la vista, dar la espalda y no ver de momento lo que puede que algún día lleguemos a ser, o quizás en lo que nos convertiremos. Cuando salgo me cruzo con un anciano que tira de otro en silla de ruedas. En el pasillo que lleva a la salida hay fotos colgadas. Son las mismas caras que he visto, sonriendo, en el gimnasio, jugando. Ahora se que todo es mentira. Quiero salir corriendo de allí, y maldita sea, no puedo abrir la puerta. Aprieto el botón varias veces, una cocinera pulsa desde otro lejano vociferando algo que no entiendo. Al fin me veo fuera, y me marcho pisando el acelerador a fondo como si alguien me persiguiera.
Gracias que la pesadilla ya pasó.
Ella nos pidió entrar, y también nos pidió salir.
Solo me falta borrar esos meses, aquella angustia que sentí por aquellos días.
Que al ver unas gafas rotas, no me devuelvan esas imágenes de desolación.
Poco después fue mi madre, en nuestra compañía, la que atravesaba el umbral de aquella pequeña puerta que la separaba del olvido.
Una veintena de ojos con los párpados caídos, nos observaron marcharnos. Nos marchamos, y con nosotros, creo que también debió marcharse su esperanza de salir algún día.

domingo, 31 de agosto de 2014

La sombra


                                                                                                 Foto: Lita Aguado
-!Vente conmigo! -Le dije a mi sombra- Mientras ella, sin hacerme caso, seguía insolente trepando por la pared desnuda.
Sin mi no eres nadie, - le grité a voces cuando creí verla por un instante detenida.
-No llegarás lejos. Cuando se cierna la noche y no haya luna que te guíe, buscarás adherirte a mi cuerpo. Las dos nos necesitamos.
Sin titubear y al parecer sin escucharme, aceleró más su paso ágil de gato, y yo sin temer a nada me lancé tras ella haciendo caso omiso de la altura que iba ganando en tan pocos segundos.
Una vez arriba las dos comencé a sentir el vértigo. El viento latigaba mi cara, me empujaba como un niño enfadado que no es consciente de el daño que puede llegar a hacer.
Ven, dame la mano...- le susurré despacio.-
De repente se abalanzó sobre mi con los ojos desencajados. Uno, dos, tres pasos atrás más dados por mi, hasta acabar cayendo en el más frío e inhóspito vacío.
La sombra desde lo alto asomó su rostro desdibujado. Desde lo lejos me pareció , creo, hasta verle una sonrisa.

viernes, 15 de agosto de 2014

Mirada de mi



Un tibio rayo de sol entró entre las dos cortinas. El leve atisbo de luz se reflejó en la mesita, sobre el viejo libro de Wilde que había dejado abierto y boca abajo antes de dormirme. Padecía de insomnio, los días estaban plagados de noches eternas, que me envolvían y abrazaban poseyéndome como tierno amante, sin querer desprenderse de mi, celosos de mi inconsciencia.
Una leve punzada me hizo llevar la mano a la pierna. Me pareció sentir la tibia algo fría, pero tampoco tuve la seguridad de que esto fuera cierto, aquello ya no era posible. Me incorporé y al pasar frente al espejo me detuve, preguntándome mientras observaba mi imagen reflejada, como era posible el haberme adaptado tan bien a semejante cambio sufrido en mi cuerpo.
Levanté el brazo lentamente, mis falanges ahora se posaron sobre la costillas, acercándose poco a poco a donde había estado el corazón. Urgé un poco en el vacío que llenaba mi caja torácica, como tratando de buscar aquél músculo que me había causado tan tremendo dolor, pero mi interior estaba absolutamente hueco, al igual que el resto de lo que había sido mi cuerpo. Nada.
Intenté esbozar una sonrisa acercando mi cabeza al espejo, hasta casi chocar mi frontal con el duro cristal. Mi expresión no cambió lo más mínimo, y entonces desencajé la mandíbula en una grotesca mueca en señal de agradecimiento.
A veces salgo por las calles desiertas, deambulo por los bares de barrio, entre las sombras de las botellas. Me escondo en los contenedores, grito a los gatos, despierto a los vagabundos para hacerles compañía. Duermo en un banco, despierto a medio día.
Cuelga en mi cuarto un calendario de días gastados, miro al cielo, pero ya solo a través de mis dos cuencas.

La bestia




Ruge el monstruo entre los callejones, su esperpéntico caminar y su rostro grotesco ya no extrañan ni a su cría, que con ojos de becerro mal herido, la mira maldiciendo su sangre intentando apartarse de ella. A pesar de ser mamífero, le arranco la boca de sus tetas, desbordando la tibia leche de sus pezones, para poder estar panza arriba y caliente bajo el sol. Se rascaba continuamente sin hacer nada, haciendo círculos alrededor de su ombligo saliente, mientras la caverna se desmoronaba, viniéndose abajo aquellos antiguos pilares de enormes piedras, aplastando y sepultando a su manada. Nunca tuvo olfato para oler la hierba, no levanto jamás la vista en la noche hacia el firmamento y contó las estrellas, ni en el día acaricio el agua del río con su aspera lengua. Tampoco nunca cuando llovió, fijo sus negras pupilas, una sola vez, para ver el delicioso arco iris. Ni busco su rostro reflejarse en un charco tras un dia de lluvia.
Sorda y muda, la bestia ruge y brama su desgracia, un quejido lastimoso desprende su garganta. Se la escucha por todas partes y los corazones se desgranan, se enternecen, deseando acariciarle el alma.
Tras sus pesados pasos dilapida las amapolas,
y al tímido Caracol aplasta con su cascara, formando ahora una rosacea mezcla viscosa. Lastima en lo que te has convertido... parlanchin de feria, triste mentira.

Cinco minutos





Cinco minutos...

entre tus brazos.

La tierra

desaparece bajo mis pies,

y me anclo a tu nuca

desembocando en tus labios,

bebiendo casi con urgencia

ese sorbo más de vida.

Recuperar un poco el aliento

en la posada de tu boca,

donde vivo y muero

a un mismo tiempo.

Tiempo, tiempo...

A destiempo

y en silencio te amo,

siempre te amé a destiempo.

En los bolsillos

cargados me pesan

las horas muertas sin ti.

Pero no quiero pensar en nada

en ese momento.

Así que me hundo

de nuevo en tu cabello

y mis manos se abren

enredándose,

tratando de acariciar

hasta tu sombra,

impregnándose de tu olor,

y toda yo me vuelvo tú

y todo tú te vuelves yo.

Cinco minutos...

entre tus brazos,

y el tiempo devorando

ferozmente

a dentelladas,

robándonos

apresurado

trágicamente,

nuestros escasos
cinco minutos

Un minuto



Un minuto entre tus labios...

cálido cobijo

sabor a mar,

aliento que como el rocio

acaricia y humedece

con su tierna frescura.

Escuchar la música

de tu sonrisa de miel

mientras el corazón

acompasado

se estremece en su delirio.

Eternizar ese instante...

el susurro de un te quiero

que temeroso se esconde,

que callo y a la vez digo

que en silencio incluso grito

Tu olor me trae contigo

recuerdos de otros besos,

besos de adolescente,

esos besos tuyos...

que nunca olvido.

Manos de tinta




Manos de tinta de pluma

derramada pintando los dedos,
restos de letras que gritan
que ya no quieren ser
ni formar las palabras.
Agua helada de fuente
lava mi carne
hasta enmudecer
los despojos de vida irreal
de luz que me engaña y ciega.
Dame verdad, aún soledad,
y silencio en la copa del ayuno,
pero no más letras de cristal
de las que cuando se rompen
aunque las tragues no se clavan.

El sol




El sol estalló en mil pedazos.

Su gran estruendo rompió mis tímpanos,
taponándolos de roja sangre.
Dos surcos brillaban,
como pendientes de finas perlas.
La oscuridad cosida a mi cuerpo
con hilo de negra seda
y una escarcha repentina e insaciable.
Todos se han ido,
solo permanezco viva yo,
detenida, en este negro mundo
que ahora me acoge, abrazándome
como madre posesiva.
Solo yo,
como espectro impasible
vagando en un mundo sin sentido
de horas detenidas,
de relojes que a su antojo
juegan con el tiempo.
Mientras... me acuna
y me llena de besos sin labios
la calavera carcomida.

Nunca





Nunca había estado muerta. Mil manos estiran, y arrancan mis entrañas, el grito de la multitud me emborracha haciéndome perder la consciencia. No me extraña, tal vez yo misma mutilé los brazos de sus cuerpos y ahora reclaman justicia. Estad en paz, que mis ojos ya no quieren mirar ningún amanecer, que mis labios no desean besar y ya no camino. He dejado la espada con los músculos aún tensos y el cuerpo herido. Ya huyo hasta de la tormenta que antes me daba fuerza y hasta temo al rayo que me daba vida.

Estoy vencida, y reposo mi cuerpo entre las hojas doradas y ocres que dejó el otoño, y no siento la rosada que hiela mi piel, me siento tan cansada.
Vendrán cuervos y lobos, a llevarse lo poco que queda de mi, clavaran sus picos y dientes en mi carne putrefacta sin que ello me importe.
El silencio absoluto, mientras la luna salpica mi rostro, la tierra va alimentándose de mi,
me dejo llevar, e inclino la cabeza para sentir su olor húmedo, el único que me recuerda el verdadero origen y lo que soy.

Otra vez




Otra vez
se va la luz de mis ojos,
irremediablemente
tornándose todo noche,
luna de papel,
que se quebranta
con el suave viento
de estrella fugaz,
sueño volátil,
apresurándose
a llegar a su fin

Aquí permanezco



Aquí permanezco
deshojando los días
la luna quizás
ilumina hoy tu cabello
la misma
que da reflejos
a las lágrimas
esa luna
que con su poderoso influjo
regala lunáticos sueños
de tristezas
esculpidas en el viento
de estrellas fugaces
que se precipitan
sucumbiendo en el vacío.

Cerraré las manos



Cerraré las manos
para no caer en los abrazos
dejaré mi traje de luna
y seré real como la lluvia.
Los recuerdos
se harán de piedra
alzándose como muros
entre nosotros.
Una noche más, amor,
aunque seamos sombras
y ni si quiera nos reconozcamos

La madre



La madre le asestó la certera
y cruel puñalada a la mujer.
Se dibujó la terrible
mueca en su rostro,
al sentir el frío acero
penetrar en sus entrañas.
Los ojos desencajados,
llenos de incomprensión
como queriendo entender…
La mujer ni siquiera gritó,
permanecía muda
entreabriendo los labios,
como queriendo decir algo.
¡Cuánto dolor! Y ni siquiera
le dolía la profunda herida.
La madre acarició su rostro
con ternura, con amor,
bebió las lágrimas de la mujer
y apoyó las manos sobre sus hombros
con una leve caricia.
Las finas piernas
comenzaron a temblarle,
la mujer fue perdiendo fuerza
y se desplomó bajo sus pies preguntándose
- ¿Por qué?...
Al final, curiosamente,
la madre venció la batalla

Era yo


                                                                     (Foto Lita Aguado)
Creo que una vez escuché contar algo parecido. Aunque nunca me pude llegar a imaginar, que llegaría a vivirlo en primera persona.

No recuerdo de donde venía yo aquél fatídico día, solo recuerdo que había caminado durante varias horas. La lluvia me había sorprendido no se donde, y mi cuerpo seguía como si nada, paseando sin prisa a la intemperie, expuesto a ese agua liberadora, haciéndome llegar empapada al portal de mi casa.
-Otro día más, pensé yo, mientras abría la puerta.
Me pareció ver como una pequeña luz se reflejaba en el pasillo. Si, es posible que me hubiera dejado una luz encendida. Mis pasos eran confiados, tranquilos, nunca he sido miedosa. En mi habitación una mujer se vestía de espaldas a mi. Su cabello era largo y rizado, y al mirarse al espejo y verla reflejada, sentí un fuerte escalofrío que me hizo estremecer. Era yo misma. Era mi ropa, mi cuerpo y mis mismos gestos. Era mi cara de sorpresa cuando escuchó mi grito ahogado y me vio. No se el tiempo que transcurrió, si horas o segundos, pues el reloj parecía estático, regocijándose con aquella situación tan extraña.
Comenzó entre gritos a pedirme que me marchara, a preguntarme como había entrado, sin tampoco darme tiempo a responder ni a alegar nada en mi defensa. Mi garganta no emitía voz alguna pese a que lo intentara. Me agarró con fuerza llevándome a trompicones hacia la puerta, y al apretarme noté aún más, como mi ropa mojada se adhería más a mi cuerpo. Sentía frío, frío y miedo. Pero me fui dejando llevar, solo esperando despertar pronto de tan horrible pesadilla. Bajaba los escalones de la escalera de dos en dos, me temblaban las piernas, y escuché como tras de mi se cerraba la puerta, también el sonido que hace la cerradura cuando le das varias vueltas.
En la calle todo estaba oscuro y en silencio. La luz de la luna se reflejaba en un charco. Seguía lloviendo aunque ahora más despacio. Me separé unos metros de la finca que se alzaba fantasmagórica, levantando la cabeza, con la mirada enfermiza. Vi su rostro tras los cristales, y aunque se advertían las gotas a él pegadas, pude distinguir también dibujadas sus lágrimas.
Sabía que era yo, me reconocía...Desde ese instante supe, comprendí, que jamás podría volver a mi casa.

Recuerdos de arena




Buscabas mis ojos tratando de ver el fondo en ellos.
Miré hacia otro lado para que no me pudieras ver. No fue fácil.
No podías sumergirte en mis pupilas como tú de verdad querías, y te quedaste solo en la superficie flotando impotente en mis retinas.
No quise hablar.
Recuerdo la arena, esa arena oscura y gruesa que invade todo, que se mete entre las uñas y te hace chirriar los dientes, entrando en los ojos secándolos, tratando de no dejarte ver.
No había luna ni estrellas, no podía ver el mar.
Absurdo saltar las olas.
Olía a gente, a tumulto embriagado, a estatuas frías de cemento, a plástico quemado.
Mi silencio era tan fuerte, que por un momento se dejó de oír aquella música estridente. Respiré hondo dando gracias a esa paz ofrecida aunque fuera solo por un instante.
Mágicamente nos fuimos separando de nuestros cuerpos, y desde arriba vi el mío sentado en la arena , solitario y perdido, ausente de ti, sintiéndose culpable de no poder reflejar ningún color.
Perdida.
Siempre lo supe.
Seguía sola.
Tenías razón aunque en aquél momento no te la dí. Andaba yo tan lejos de ti, de aquel lugar. Como una cometa quería volar y distanciarme, escapar de allí.
Te fue imposible ilusionarme, imposible brindar con nuestras copas de plástico.
Imposible
por mucho tiempo más permanecer en tu playa, donde desde que marqué mi primera huella, sabía que nunca debería quedarme.
.

De cárceles modernas de cristal



                                                                                            (Foto Lita aguado)
Era una mañana de domingo, con un sol abrasador impropio de noviembre. Nos sorprendió de oscuro y manga larga, agotadora espera. Metros de colas llenos de gente, gritos de niños que se escapan, que se impacientan. Parejas de la mano que ni se miran ni se escuchan. Mujeres con carros y niños a cuestas, con la mirada cargada de desgana y cansancio. Padres con cervezas, miradas lascivas, y por qué no algún eructo. En el trasiego lento de la espera, observo y me empapo de mi alrededor. Entro en las conversaciones ajenas, y mi alma se va metiendo en cada cuerpo, viviendo un pequeño trozo de cada vida. Dos horas dan para mucho, créanme. Dos horas hasta que llego a la puerta de entrada. No sé porque me empeñé en ir, teniendo la certidumbre de lo que me iba a encontrar. Si yo ya se que esas cosas artificiales no me van. Puede que fuera un poco por ti, porque me dijiste que no fuera sin ti, que me querías llevar y que te esperara. Mi alma rebelde y autónoma me llevó, yo apenas tuve nada que ver. Mapa en mano voy siguiendo el principio del recorrido, a sabiendas de que mi mala orientación me jugará una mala pasada y decidirá el resto. Cargo una mochila a la espalda,entre otras cosas, papel y bolígrafo, albergando la posibilidad de encontrar algún bonito rincón en que poder escribir y ausentarme un poco. Las sendas son muy estrechas, dando tumbos con el de detrás y pisando los talones al de delante. Los paisajes de diseño van quedando a los lados, montañas de cartón piedra asoman tras los cristales, y voy distinguiendo las diversas especies, que marmotean aburridas en un decorado que no se creen. Ahora han suprimido las rejas por jaulas con cristales de luxe, para limpiar las consciencias. Me sigue empapando una profunda tristeza , que me va dejando el mismo sabor amargo que cuando visitaba Viveros. La gente camina a tropel, se acumulan en cada ventana, y los espacios en general siguen siendo reducidos. No hay ningún rincón, un banco donde conectar un poco, donde darte un respiro y poder sentir algo más. Un gorila se arrima a la pared, descansando la cabeza en su mano, bajo la pequeña y única sombra que hay. Enfrente todos nosotros, el verdadero zoo de canallas, riéndose de sus movimientos primitivos. La visita tampoco mejora cuando mi estómago empieza a dar señales de vida, tras una larga cola ,los 12 eurazos por la comida basura. Vuelvo a buscar un rincón, no es hora de comer, por ello encuentro un pequeño espacio en la mesa más alejada. Me camuflo para que no se me vea, para no ver.

Y entonces es cuando me doy cuenta, sonrío ligeramente y me alegro de que no estés aquí a mi lado en estos momentos.
Me termino la comida con prisa, deseando salir pronto de ese tugurio que no tiene que ver nada conmigo. Mientras camino hacía la salida, un transeunte enfoca el objetivo de su cámara hacia un lugar. Entonces me acuerdo que no he sacado la mía, que junto al papel y el bolígrafo, perecen en el fondo de mi mochila.