jueves, 15 de octubre de 2015

Escribo...



No recuerdo ya desde cuando escribo. La primera imagen que me viene al pensarlo, es un comedor muy pequeño en una casa muy humilde en el centro de Valencia. Yo creo que tendría unos 8 años, y estaba leyendo un cuento relatado por mi, mientras todos mantenían silencio alrededor de la mesa, mordiéndose los labios para no morirse de la risa con mis desatinos, guardando un respeto desacostumbrado en esa época para una niña. 
Imitaba a mi padre, así que colocaba los dos cojines en la silla para poder llegar a la mesa, y le robaba su Olivetti y su pasión por la escritura. 
Desde entonces siempre necesité hacerlo. Se convirtió en una necesidad como el comer, beber, respirar. 
Escribo cuando tengo miedo, cuando quiero protestar. Escribo cuando tengo hambre, cuando amo. Cuando algo me indigna. Escribo para vivir, para conocerme, para extraer el dolor. Escribo para morir, para sentir, para evadirme, para soñar. Para huir del mundo.
Yo soy solo lo que puedo mostrarte. El porcentaje más alto de lo que soy, está entre mis cuadernos. Ni soy solo todo lo que ves, ni tampoco toda la que escribe. 
Podré escribir mejor o peor, pero creo que lo más importante, lo que al final de cuentas para mi más vale, es que soy totalmente auténtica cuando lo hago, y eso el que me conoce de verdad ya lo sabe. Detesto cuando leo a alguien y no lo reconozco en su escritura.
Una vez alguien perseguía mis papeles arrugados cuando yo no estaba. Borradores entre tachones que yo desechaba y los iba recopilando sin ni siquiera yo darme cuenta. Buscaba hasta en las libretas nuevas vacías, entre todas sus páginas, sabiendo que no suelo escribir lo que no doy ya por válido en las primeras páginas. 
Cuando lo descubrí y me enseñó todo guardado en una pequeña caja, me dijo en un susurro algo que no olvidaré.
- Te buscaba a ti. 
Me hizo tomar consciencia de en que lugares habitaba también mi alma.

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