jueves, 15 de octubre de 2015



Apuntaste sonriente una y otra vez tu dardo envenenado. Con la seguridad y el orgullo de la que siempre ha vencido, aquella a la que siempre han colmado después de su actuación con clamorosos aplausos. Mientras disparabas, tu ego dibujaba un halo que resplandecía a tu alrededor, tras cada muerte tu triunfo, y un esplendor artificioso,que por cierto, ya casi nadie se cree. Desconfíe de ti en tu primera palabra, de tu primer gesto. Tu vanidad te cegó tanto, que no viste bajo el vestido mi piel de guerrera. 
Abro las alas, y enérgicamente alzo el vuelo. 
Y sorprendentemente, el suave viento que mezco, hace que te caiga la mascara.

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